Ibiza ha perdido el norte y no ha sabido prepararse para una dura singladura.
Ibiza, el destino turístico más importante de España con permiso de Benidorm -aunque con otros derroteros-, lleva unas cuantas temporadas intentando buscar su sitio.
Desde la explosión hippie de finales de los sesenta, Ibiza ha ido viviendo diversos momentos que la han ido impulsando al estrellato mundial del turismo. Pero de aquellos polvos, estos lodos. Las drogas y el amor libre atrajeron a la industria de la noche, muy divertida, estrafalaria y complementaria a la Ibiza diurna, en sus inicios…
En Ibiza siempre han convivido dos tipos de turistas. El nocturno, un turista que busca sólo el ocio que ofrece la noche de Ibiza en las megadiscotecas y antiguos afters, y el diurno que es un turista en busca de sol y playa con un nivel medio alto.
Pero este equilibrio que vivió la isla hasta hace poco menos de un lustro fue gracias a que los Afters encapsulaban al turismo de perfil bajo que sólo buscaban la Ibiza nocturna.
La noche ibicenca, poco a poco, fue fagocitando a la Ibiza «de día», llegando el momento que muchos no queríamos que llegara. Una Ibiza «Trendsetter» con efecto llamada a nuevos ricos, fanfarrones y juglares. El mercado, inconscientemente, fue fabricando una burbuja y adaptándose a este tipo de turismo, retroalimentado por las megadiscotecas, en busca del dinero fácil y pensando en la vida eterna.
Pero la desaparición de los «afters» hace unos años hizo que estos empresarios se vieran obligados a reinventarse, dando paso a los «beach clubs».
Los turistas nocturnos ya no duermen de día y parten su horario, estando activos de 22 a 5 de la mañana y de 12 a 22 horas, el horario de los «beach clubs» de Ibiza.
Este cambio de horario hace que el turista nocturno empiece a convivir con el turista diurno, rompiendo el equilibrio de la isla al convertir las calas paradisiacas y tranquilas de Ibiza y Formentera en extensiones de las fiestas discotequeras, generando rechazo en el cliente fiel de las Pitiusas en busca de lo que las islas siempre le habían ofrecido.
Otra de las situaciones que se han vivido es que un porcentaje de los turistas de fiesta no nocturnos se vieran atraídos por los «beach clubs», aumentando el numero de turistas totales durante la última década, si bien bajó el del turistas diurnos.
El aumento de turistas nocturnos y de «beach club» favoreció el deterioro de las islas a pasos agigantados, generando rechazo entre la población local.
Al mismo tiempo, se unió en los últimos años el fenómeno de las casas vacacionales a través de plataformas como AirBnB, haciendo que disminuyera la disponibilidad de casas para los trabajadores temporales que visitan las islas.
Y cuando se han querido dar cuenta, las únicas soluciones viables han sido las drásticas que han acarreado inherentes daños colaterales que nadie ha deseado asumir y con consecuencias que ya son palpables en la isla blanca.
La idea de los pensantes de turno, pese a que no es mala, no ha estado ni meditada ni ha nacido del análisis profesional.
Los ibicencos no quieren que su isla se asiente internacionalmente como meca del desparrame, trazándose una estrategia en la que una subida de precios hiciese de filtro para que parte de esos turistas nocturnos dejaran de visitarlos al no poder asumir los costes. El objetivo se consiguió pero arrasando con mercados fundamentales. La gran parte del turista medio «de día» ya no ha podido disfrutar de Ibiza, con lo que la isla se ha encontrado proporcionalmente más vacía que en temporadas anteriores. Taxis en sus paradas, hoteles con plazas y restaurantes a medio llenar.
A más, a esa falta de ponderación en la subida de precios no se le ha vinculado un aumento de calidad de los productos y servicios. Esa calidad que busca el turista de alto standing, al que no le importa gastarse el dinero si lo que recibe a cambio está a la altura de sus expectativas.
Y esa falta de aumento de calidad en los servicios vino en parte dada ya que a la mano de obra cualificada ya no le interesa ir a Ibiza a hacer la temporada a causa del aumento en los precios de subsistencia (alojamiento y manutención), con lo que los cocineros, camareros, patrones de embarcaciones, marineros, etc, que han accedido a esos puestos de trabajo son de un nivel insuficiente para la subida de los precios establecidos.
En resultado, la realidad que se está viviendo, potencialmente en las dos últimas temporadas, es una Ibiza mucho más cara con una mediocre calidad del servicio. Y sus consecuencias son que el visitante de alto nivel y la base del turismo que siempre ha llenado esta isla están empezando a buscar nuevos destinos, con lo que se están quedando con esa plaga de langostas de alto poder adquisitivo que ni dan caché, ni son fieles, ni atraen más riqueza.
Para generar una transformación de esta naturaleza, primero hay que ser muy valiente a nivel político (por que va haber un coste en votos) y a nivel empresarial (porque muchos se pueden quedar por el camino ya que no van a tener cabida en este nuevo panorama de servicios que se está buscando).
Cualquier cambio de estrategia requiere aceptar y prepararse para una travesía por el desierto. Una travesía que posiblemente deje heridos de muerte en todos los sectores y luchas fratricidas.
Publicado en resumen el 11 de marzo 2019 en el Diario ABC.