El confinamiento es un estado natural para mucha gente de mar.
Llevamos casi mes y medio de confinamiento legislativo y las noticias, aunque dramáticas, comienzan a ser algo menos crudas que semanas atrás.
Este confinamiento empezó con una responsabilidad adquirida, y obligatoria, para evitar que la expansión de la pandemia fuera más atroz de lo que ya de por si ha sido.
Para la gente de mar, como yo, el confinamiento puede resultar ser más llevadero debido a que tenemos la ventaja de estar acostumbrados y entrenados a que no nos afecte tanto.
La gente de mar tiene el «sentido» de la adaptación más desarrollado simplemente por mera supervivencia. Nos es más fácil volver a encontrar la rutina ocupando nuestro tiempo entre actividades físicas y psíquicas, y con ello seguir avanzando.
En estas ocasiones, como la del confinamiento, pensamos a corto. Vamos día a día para que la desesperación no se apodere de uno.
También intentamos, en la medida de las posibilidades, hablar y mantener contacto con las personas que nos importan. Se puede llegar a pensar en los extremos, como son los marineros oceánicos, que muchas veces son parcos en palabras. Pero aún este límite los marineros no dejan de ser animales sociales, como el resto de seres humanos.
Otra característica que suele ser común en la gente de mar es la empatía. Un aspecto que es fundamental para que la convivencia sea lo más positiva posible y una herramienta vital para evitar discusiones. Cuando se lleva mucho tiempo encerrado, todo se magnifica, como en Gran Hermano.
Para mí, un gran acierto en momentos de reclusión forzosa es incluir en la rutina un tiempo para hacer ejercicio físico. Moverse, activar la circulación sanguínea y que el corazón bombee activa tu cuerpo, oxigenando tu cerebro y haciendo que todo funcione mejor. También ayuda a que tu carácter no se agrie y así evitar convertirte en el «nominado».
Pero este confinamiento en algún momento concluirá y después de haber cumplido con nuestra responsabilidad de permanecer en nuestras casas llegará el momento de salir.
Será un momento duro, de adaptación, donde lo que hace unas semanas era de una forma y se hacía de una determinada manera ya no será así. Las reglas del juego van a cambiar ahí fuera y lo mejor que podemos hacer es adaptarnos.
En el momento que volvamos a salir, vamos a tener que demostrar de nuevo responsabilidad tras el confinamiento. Ser valientes y resilientes para minimizar los daños colaterales de nuestra inactividad obligatoria.
Tanto si se es trabajador por cuenta ajena como emprendedor o empresario, la clave del éxito comienza por disponer de un grado de resiliencia lo suficientemente alto para que te empuje a seguir adelante cuando una situación traumática te golpee. Esa resiliencia es la que te impedirá agachar la cabeza y seguir luchando.
Pero la resiliencia y la adaptación, en esta era del estado del bienestar, es la parte más asociada a nuestro ajustado cerebro reptiliano ya que, por suerte en el primer mundo, no existen grandes amenazas que desafíen nuestra supervivencia.
Después de sobrevivir al primer impacto lo mejor que podemos hacer es dedicar un tiempo al análisis, ya que la falta de acierto en esta fase de renacimiento puede ser fatal.
Añado esta imagen, que me ha descubierto mi amigo Pepe Crespo de Prionomy, ya que la considero ilustrativa para comenzar a meditar sobre lo que puede ser el nuevo «normal».
Es hora de potenciar la innovación y el diseño, ya que los tiempos en los que nos adentramos, el horno no estará para cocer mucha Investigación y Desarrollo (espero que al menos en la industria sanitaria si). Es el momento de potenciar la «i» minúscula del I+D+i+d, a la que añadiremos la «d» del diseño, fundamental para presentar nuestra creación en esta sociedad de consumo. La reinvención se va convertir en una herramienta de supervivencia.
Esto es tan sólo una introducción a la columna de opinión que salió publicada en el periódico ABC hace unos días y mi sección en el programa Itsas Tantak de la radio Onda Vasca que os dejo a continuación.