Lamentablemente vivimos en sociedad donde los merluzos pueden llegar muy alto.
Estamos en fechas donde la bondad, la harmonía, la solidaridad y la felicidad deberían inundar las casas de ese medio mundo que le importa un pimiento el otro medio. Pero la cantidad de canallas y bocachanclas con los que me he tropezado este año, sobretodo cerca de la orillita del mar, me lleva a firmar estas líneas con la ilusión de que mis reflexiones puedan ayudar a alguien en alguna ocasión.
Mi primera sugerencia, viéndolo ahora con un poco más de perspectiva, seria el apretar más las teclas «Control Z». Pero no para recapacitar y frenar una reacción desmesurada ante este tipo de pelagambas, sino para pisar el acelerador a fondo y mandar a cada uno de ellos a tomar por saco sin contemplaciones. De esa forma nos ahorraremos una buena cantidad de tiempo que lo podremos dedicar a temas más productivos dentro del proyecto que nos ocupe o simplemente para tomarnos unas cervezas y echarnos unas risas que también son, aparte de necesarias, muy recomendables.
Pero este consejo carecería de utilidad si los idiotas no hubieran logrado subir al ascensor social que les ha llevado a ocupar cargos que antes sólo estaban al alcance de personas inteligentes. Hace un tiempo la norma era que un puesto de director, gerente o responsable de departamento estuviera reservado a profesionales con experiencia y conocimientos, normalmente educados, con don de gentes y dotes de liderazgo.
Ahora este ascensor social ha logrado fabricar nuevas paradas en pisos donde se alojan cantamañanas acomplejados, pequeños seres humanos con la inteligencia por estrenar y personas que han llegado a este mundo para rellenar pudiéndote encontrar cretinos en los puestos más relevantes que te puedas imaginar. Y lo más doloroso es que nos los tenemos que tragar, invirtiendo un valioso tiempo para que no se percaten de que tienen un cerebro disfuncional.
A principios de milienio, en el sector náutico, lo complicado era detectar a los piratas, ya que no llevaban parche en el ojo como en el siglo XVII, debiendo ser muy hábil para descubrirlos antes de que te generaran un destrozo. En estos momentos el problema es esquivar a estos tocapelotas que se camuflan detrás de su inmenso papeleo o listas de correos electrónicos interminables para ocultar su mediocridad. Encima, si te despistas, te envuelven en su «infoxificación» con conversaciones telefónicas eternas o parrafadas por Whatsapp infectadas de palabrería, memes, panfletos e incluso amenazas si no vas por su carril. Mas no todo tiene que ser malo. Por suerte estos cretinos tienen un rasgo común característico, que nos ayuda a detectarlos, elevando su tono de voz para ganar autoridad, pensando que contra más gritan más razón tienen y que incluso pueden aumentar su intelecto a través del insulto y el sarcasmo.
El artículo «Cretinos versus inteligencia» también se publicó en la web del periódico ABC el 31 de diciembre de 2021.