El liberalismo acelerado nos ha convertido en esclavos obligados a invertir.
Vivimos en una sociedad capitalista donde la base es un crecimiento sin fin, convirtiendo a la economía en ese tipo de tiburón al que denominan «ventiladores forzados obligatorios» que están condenados a avanzar de por vida para no perecer.
Este capitalismo que nos castiga a consumir haciendo volar por los aires la ética y la moral, a mal que nos pese, es por el que apostamos. También es verdad que las otras cartas a elegir eran seguir con los regímenes feudales o el marxismo…
Centrados en este liberalismo, los puertos deportivos son el foco dentro del mundo náutico e igualmente están marcados por las mismas reglas, crecer, crecer y crecer o menguar hasta su desaparición.
Las marinas o clubes, más estos últimos por las fechas de fin de sus concesiones, están viendo que la falta de renovación de su modelo estratégico les está llevando a situaciones dramáticas. Las cuentas de resultados apostilladas en los cuatro meses de verano, olvidando que su ente existe el resto del año, se está pagando muy caro. Es ahora cuando se han dado cuenta que los otros ocho meses eran imprescindibles para salir de la espiral hacia el abismo en la que muchos se han metido.
El resumen de los ciclos de vida de una marina y un club náutico son diferentes pero ambos terminan tristemente en el mismo sitio.
En las marinas deportivas todo comienza con una gran obra civil y arquitectónica con enormes aspiraciones, basando su negocio en llenar amarres y locales pensando egocéntricamente que el público general iba a llegar por su cara bonita. El resultado, varios ciclos descendentes que terminan con un puerto plagado de locales de ocio nocturno que molestan y destrozan el concepto de un puerto deportivo, convirtiéndose en parking de barcos de medio pelo, coches y muchos remolques…
En el caso de los clubes náuticos, las mismas concesiones obligan a favorecer la apertura al mar y los deportes de agua a una comunidad local que siempre ha molestado. Y es en los últimos años de concesión cuando se han dado cuenta que son la llave para su renovación.
Los clubes que han dejado de ser un activo para la sociedad lo tienen crudo para defenderse. Si su concesión sale a concurso público serán sus últimos días al no estar capitalizados y no tener la suficiente empatía de la comunidad local que pueda generar una presión social.
Y todo esto, que es un mal endémico, la única forma de revertirlo es haciendo lo que el tiburón necesita, avanzar. Invertir en estrategia con el objetivo de abrir estos espacios portuarios a las comunidades locales para que formen parte de la sociedad y que se conviertan en puntos de encuentro de la cultura del mar.
El artículo «Invertir o morir» también se publicó en la web del periódico ABC el 1 de julio de 2021.